Es curioso como, casi por primera vez, cuánto más desarrollo el proyecto más me remite a sus inicios, cuando lo más habitual es que me pierda en nuevas atribuciones que diluyen la materia inicial en una nebulosa intransitable.
Si todo comenzaba por una atracción hacia la idea del sublime - del peligro de muerte en carretera - en diálogo con las tribulaciones románticas de Burke concernientes al deleyte, belleza y muerte, la cosa está resultando (espero) en una enfatización de la mercantilización moderna de la emoción, en el Estado publicitario y en la reflexión de las herramientas económicas del nacionalismo, que es precisamente un término acuñado desde y para el romanticismo.
Más aún, la obra remite a la bondadosa fealdad de lo monstruoso: un todo Estado compuesto de pedazos de metal negro que una vez acabado adquiere la cualidad de preconizar la desgracia.
No me cabe apenas duda de que si consigo llevarlo a cabo, con toda la buena intención de suscitar la reflexión, la obra va a volverse en contra de si misma y probablemente de mi mismo al ser interpretada en su superficie, en su simplicidad formal, en la fealdad de lo que aparenta. Igual que le sucede al monstruo de Frankenstein la imagen es demasiado potente para llegar al fondo, y es muy probable (salvo los que estén entrenados a mirar a lo abyecto) que nadie obtenga nada más que el prejuicio.
A pesar de que la obra sólo subraya aspectos sintomáticos de lo que ya sabemos que somos culturalmente - como el buen paisaje se encarga de hacer visible lo que ya estaba ahí - y suscita preguntas acerca del Estadocomo productor de enajenación económica como diría Marx o de función social como apunta Sánchez Ferlosio, creo que es precisamente ese explícito aspecto monstruoso; esa estética deleitosa, lo que fuerza a la elaboración de la crítica implicita al lugar de la política-espectáculo.
Debe de haber, sí, un fondo de monstruosidad en esta raza hecha de mil razas, por la simpatía que el nacional le tiene al monstruo. Hasta con un monstruo emblemático contamos, que es el toro. El toro, monstruo bellísimo (como todos los monstruos, por otra parte), nos desconcierta tanto que no sabemos qué hacer con él, y entonces lo matamos. Toda la vida nacional ha estado organizada, durante siglos, en torno al toro, en torno del monstruo. Lo que los taurinos sienten por el toro, se -nota en seguida, es un cruce de admiración y espanto, de placer estético y de odio. Los toros son "la destrucción o el amor" de Aleixandre. Amamos tanto al toro que lo matamos. No sabemos qué hacer con él. Es la insignia de nuestra monstruosidad. Los antitaurinos profesionales piensan y escriben que se tortura y mata al toro por tribalismo ,ancestral y por incultura y falta de sensibilidad. Uno cree. que el toro, como dijo Rilke a otros efectos, "es sólo el comienzo de lo terrible (la belleza), que jamás podríamos soportar". El toro es tan monstruosamente bello que necesitamos resolverlo en muerte y sólo muerte, "mientras las hojas huyen en bandadas". Lo que querrían de verdad, el aficionado y el ganadero, es llevarse al toro de copas, con ellos, por los bares taurinos, comentando la corrida de la tarde. Pero el toro se niega a alternar y eso no se le perdona.
Francisco Umbral, cuando yo apenas tenía un año, sobre
el español y el monstruo.